lunes, 24 de junio de 2013

Los sindicatos, en el banquillo

Los sindicatos, en el banquillo




En el mismo país del Nóos de la infanta, el de Blesa y de Bárcenas, el de Roldán y Filesa, el del Bigotes o el de Naseiro, donde nadie parece acertar a preguntarse de dónde sale el parné de los grandes partidos o de la propia patronal, la jueza Mercedes Alaya acaba se sentar a UGT y a CCOO de Andalucía en el banquillo. Dicha imputación supone un nuevo revés contra la escuálida credibilidad de las centrales mayoritarias en un tiempo en el que sería necesaria más que nunca su inmaculada imagen de caperucita roja en pie de paz contra el capitalismo feroz.
Lejos del juicio, la sentencia tardará en llegar pero la condena ya ha sido dictada en los titulares y en las tertulias. La reprobación, a boca llena, la multiplica el eco de quienes se beneficiarán si el débil sindicalismo nuestro de cada día se desinfla todavía más mientras el FMI reclama recortes salariales y la austeridad es una formidable coartada para el retroceso en las garantías laborales, cuando el moderado estatuto de los trabajadores se parece cada día más al manifiesto comunista.
Los sindicalistas afectados tendrían que dar explicaciones, más datos que declaraciones, más transparencia que un simple gesto de yo no fui. Deberían defender su honor, en un duelo a primera sangre en el que pongan en valor su trabajo cotidiano en muchos otros Eres menos lucrativos y en el oficio de sacar las castañas del fuego a cualquier currante que deba enfrentarse ante un sistema donde hay empresarios de esos que les parece chungo tomarse cuatro días de luto si la palma su viejo.
Sin embargo, el problema no lo tienen Comisiones ni Ugeté. Ni los otros sindicatos de cualquier color, que intentan hacerse con un lugar al sol en este tiempo de sombras. El problema lo tienen los trabajadores. Si hubiera una afiliación masiva al sindicalismo patrio, fuera el que fuera, nadie podría sospechar tan fácilmente de la existencia de financiación irregular porque serían los trabajadores quienes sostendrían esa herramienta para la defensa de sus derechos. Sin embargo, la mayoría sólo se inscribe en un sindicato en peligro de muerte laboral o si se ha de comulgar con ruedas de molino y cabe evitarlo ante magistratura. Así, no parece ni siquiera probable que puedan convocarse muchas huelgas porque no habrá caja de resistencia para pagar el jornal de quienes las secunden. Mal iremos si eso que antiguamente se llamaba clase obrera o clase media no tiene una pancarta ante la que apiñarse. Y no porque su vieja barricada de tela blanca esté sucia por la corrupción sino que ya está rota por la desunión y desidia de quienes deberían volver a ser un puño para que florecieran alguna vez de nuevo las rosas a las que cantara Raimon.
Quizá sean culpables pero debo presumir su inocencia. Me va mucho en ello. Sin esos primos de Zumosol de por medio, vendrán a zurrarnos todos los golfos del barrio.

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